martes, 24 de junio de 2008

El fracaso de las revoluciones


Dr. Henrique Meier Echeverría
Profesor en la Universidad Metropolitana.

Aunque no pocos autores, doctrinas e ideologías sustentan la idea de las “refundaciones políticas y sociales”, o la creencia, siempre desmentida por la realidad, de que se puede crear ex novo una nueva sociedad, un nuevo tipo de poder, un nuevo hombre sin relación alguna con el pasado, vale decir, rompiendo de manera violenta y abrupta con la cultura ancestral, la historia nos enseña cómo las “revoluciones” no son capaces de eliminar el pretérito de los pueblos. El presente ya se estaba forjando en el pasado, y el futuro no es más que el resultado de este presente destinado a convertirse en pasado. El progreso es evolutivo, dialéctico, con avances y retrocesos. Cada etapa contiene los rasgos y elementos de la siguiente. La realidad humana es compleja, capas que se superponen. El inconsciente colectivo de los pueblos es prueba irrefutable de ese principio de realidad.

Las revoluciones políticas y sociales, -no importa cuales seas las ideologías esgrimidas para su justificación, -se inspiran en esa errónea concepción antropológica y sociológica, según la cual, reitero, se puede hacer tabla rasa con el pasado y reinventar al hombre y a la sociedad conforme a un modelo supuestamente “perfecto” como si se tratase del “conejillo de indias” incapaz de resistirse a las manipulaciones de laboratorio. Por esa razón, una vez conquistado y controlado el poder del Estado, los actores del “proceso revolucionario” en lugar de gobernar para aliviar los males e injusticias sociales, las promesas que les permitieron contar con el apoyo y entusiasmo de mayorías, se empeñan en cambiar al hombre y a la sociedad[1].

De allí que para forzar la realización de esa “utopía” ante la resistencia que siempre produce entre los hombres la pretensión de cambiar radicalmente sus tradiciones, costumbres, y sistemas de creencias y valores, el poder revolucionario se transforme insoslayablemente en régimen totalitario y requiera del empleo, como política de Estado, de la violación y negación de los derechos humanos, el terror y la represión, los campos de concentración y exterminio, los GULAG, el paredón, el lavado de cerebro, la mentira y desfiguración de la realidad.


Al final la historia demuestra el fracaso de las “revoluciones”: setenta años de socialismo autoritario (comunismo) en la Ex Unión Soviética no hicieron cambiar ni a la sociedad ni al hombre ruso. Hoy el panorama en los países que conformaron esa unión de repúblicas es desolador, pues los pueblos no aprenden de los totalitarismos sino el temor y la desconfianza, el disimulo, la indignidad, la adulación, la pérdida de la iniciativa individual (piénsese en la Cuba castrista y castrada, lo que ocurrirá cuando desaparezca de la faz de la tierra Fidel Castro). El nacionalsocialismo en Alemania sólo duró doce años, el psicópata Hitler había pronosticado para el Tercer Reich mil años. El costo de ese totalitarismo no puede olvidarse: cinco millones de judíos asesinados, cuarenta y cuatro millones de muertos en la segunda guerra mundial provocada por el régimen nazi.

Y es que como dice Eric Fromm “se puede hacer casi cualquier cosa a un hombre, pero sólo casi. La historia de la lucha por la libertad es prueba irrefutable de este principio”.